Nacemos con el disco duro vacío, la mente en su totalidad en blanco. Sólo traemos, de fábrica, un sistema operativo. Un instinto que nos ayuda a dar los primero pasos. Un instinto como el de mamar o el de llorar cuando no estamos a gusto con algo. Pero, ¿qué pasa luego?. Lo siguiente que nos concierne es llenar la memoria, instalar y configurar los programas que necesitamos. Aquí es donde comienza a tomar forma nuestra conciencia, nuestro yo, nuestro “pienso luego existo” que tanto hizo hincapié el gran descartes.
Sensaciones, experiencias o descubrimientos fabrican nuestros miedos, intereses, gustos y todos esos factores que nos aportan la singularidad de ser únicos y diferentes en éste nuestro super habitado planeta. Los podemos encontrar más y menos listos, más y menos violentos o altruistas, desconfiados, sociables y sensibles. Un cúmulo de características que conforman lo que conocemos, finalmente, como parte del proceso de educación. Y con educación no me refiero a saber pedir perdón o saber dar las gracias. No. La palabra “educación” engloba mucho más. Muchísimo más.
¿Y cuál es el vehículo que guía y le da forma? LA CURIOSIDAD.
Podéis estar no acuerdo. Seguramente alguno hemos disfrutado de esas expertas vecinas, con lenguas viperinas, que siempre están curioseando y hablando de cualquier tema que no concierne a sus seres queridos. Si esto es tan cierto como todos sabemos, y estas personas son tan curiosas; entonces estaremos hablando de gente muy educada. Pues no, hay que saber diferenciar.
La curiosidad puede estar enfocada a diferentes intenciones. Bien podemos optar por el camino correcto o por el erróneo. Lo que manifiestan nuestras vecinas creo que está bien claro. 😉
Entendemos como un método ideal el que se apoderó de Antoine-Henri Becquerel cuando descubrió la radioctividad, Einstein y su teoría de la relatividad, James Chadwick y el descubrimiento del neutrón o a los cientos de científicos que con esfuerzo e investigación han conseguido encontrar el remedio para enfermedades mortales.
Esa es la curiosidad que nos hace grandes, que nos hace evolucionar y la que, por supuesto, deberíamos despertar en las futuras generaciones.
Me tomo la libertad de definirla como el arma más letal que poseemos. Sin ella no hubiésemos descubierto la rueda, y seguiríamos viviendo en cavernas o, quién sabe, es posible que nos hubiésemos extinguido hace mucho tiempo. Y, por supuesto, no sabríamos de la existencia de continentes, puesto que nuestra curiosidad no nos empujó a explorar. Y mucho menos hablamos de tecnologías, tan dependientes hoy en día como internet, telefonía móvil o automoción.
Estamos donde estamos gracias a todos esos inventos, que gente con una gran curiosidad nos han ido marcando el camino. Son el primer pelotón y todos vamos pisando donde ellos pisan.
Un servidor tiene un hijo de poco más de un año. Cuando comience a despertar su mente (de los 2 a los 7 años es cuando el cerebro es más propicio para recadar información) intentaré despertar su curiosidad en el mayor número de ámbitos que me sea posible; para que de éste modo se vea empujado a investigar en el campo que más le atraiga. Y ¿quién sabe? a lo mejor su generación consigue, de una vez por todas, detener el envejecimiento. La enfermedad más antigua de todas.